8.6.06

actos criminales


Ese viernes salí de casa con mis últimos diez dólares. Como había cambiado de trabajo recientemente, todavía no tenía un patrón regular de cobro y andaba súper pelá. La metrocard del mes se me había acabado y compraba mis viajes en tren uno a uno. En la mañana había gastado dos dólares para llegar a Chinatown. A eso de las once compré un café para calentar motores. Luego fui con una compañera a un mercadillo japonés que nos quedaba cerca y almorzamos sushi. Me importó poco gastar casi todo lo que me quedaba. Una no debe ser estinche en la carencia; además era viernes. Más todavía, el saber popular me garantizaba que dios aprieta pero no ahoga, que al mal tiempo buena cara y que barriga llena corazón contento. Ya me las resolvería a la hora de volver a Brooklyn.

Cuando salí de trabajar me quedaba solamente un dólar en el wallet. Rebusqué en todos los bolsillos del abrigo y la cartera, pero sólo logré juntar 59 centavos más. Necesitaba 41 chavitos adicionales para encaramarme en la plataforma del subway de regreso a casa. Caminé diez bloques buscando la manera de conseguir las monedas que me faltaban. Ni modo, iba a tener que pedirle dinero a algún desconocido. Practicaba mi pitch mientras reunía valor para acercarme a alguien. ¿Sería mejor pedirle a un hombre o a una mujer? ¿A un muchacho negro con un durag o a una vieja blanca y emperifollada? ¿O mejor le pedía al chinito que vendía vegetales justo alfrente de la parada? Miraba al suelo de vez en cuando, quizás tenía buena suerte y me encontraba un par de vellones tirados junto a alguna alcantarilla.

Sin embargo, un bloque antes de llegar al tren sucedió algo increíble. Pura leche. Es verdad que la fortuna obra por senderos misteriosos. Justo cuando pasaba frente al banco, la pantalla del cajero automático leía, en llamativas mayúsculas color blanco sobre un
iluminado fondo azul, 'do you want to make another transaction?' No podía ser cierto. Era una oportunidad demasiado tentadora. Mi reacción fue inmediata. Miré a todos lados, me paré frente a la máquina y apreté el botón de 'yes'. Retiré 50 dólares y la máquina volvió a preguntar la misma cosa 'do you want to make another transaction?' Pensé 'que se joda' y saqué más dinero. Dos veces. De pronto, tenía de sobra para ir a casa, comprar yerba, e invitar a cenar a mi jevo, mi primo, mi vecina y mi roomate. Tal vez hasta para pagarnos un paseo al Six Flags de New Jersey durante el fin de semana.

Cuando la máquina me devolvió la tarjeta noté que tenía un símbolo de libras esterlinas y un nombre de mujer en inglés. Asumí que la dueña tenía que ser alguna turista británica. Pobrecita. Echaría maldiciones cuando notara que había perdido su plástico. Rompí la tarjeta en ocho pedacitos y los tiré a los rieles. Había cometido un acto criminal y no había manera de que me pasara nada.

9 comentarios:

Antagónica dijo...

crudamente encantador tu viaje, seguire asomandome a tus rabietas.

nicolececilia dijo...

graciasssssss, bienvenida

JuanMapu dijo...

Lo que te llevaste es casi la mitad en libras. Disfrutalos.

Anónimo dijo...

que puedo decir, siempre he creìdo en la magia de los cuadernos de viaje

Alina Reyes dijo...

veo que no pierdes el tiempo

Isabel Batteria dijo...

Cabrona, ¿por qué yo no tengo ese tipo de suerte????

Axel Alfaro dijo...

Entre todo, si tenías para tanto, ¿supongo que al final le debes haber robado a la tipa varios cientos de dólares?

Espero que no haya estado contando con ese dinero, pero lo dudo.

Anónimo dijo...

a veces nos sorprendemos de nosotros mismos ante este tipo de situaciones, creo que hubiera hecho los mismo que tú.
Rosanna

Hoy, artista dijo...

Bueno, últimamente los ángeles de la guarda están haciendo su trabajo... ya se me estaba estremeciendo el estómago cuando de pronto conseguiste dinero y no tuviste que caminar hasta Brooklyn. Contra, ojalá que la señora tenga garantía en esa tarjeta!