22.6.06

back in the mood

Anoche A. entró a mi cuarto y me dijo léete esto. Y me entregó la edición 13, num. 6 de una revista 'vice'. Vice es de distribución gratuita. En la contraportada y las primeras cuatro páginas tiene publicidad: siete mujeres musulmanas, vestidas todas de negro, contra una pared blanca y un suelo arenoso, sosteniendo dos bolas de fútbol marca puma. En la contraportada está la foto de las nalgas de una nena que modela el 4313 Thong de American Apparel. La chamaca tiene los pantalones a media pierna y un par de botas de subir monte. Sigo leyendo. Después me interesó uno de los artículos , que diagramaba todas las piezas de ropa y cada uno de los objetos que cargan encima dariamente los policías. Como los libros de ciencia, cuando te explicaban las partes del cuerpo. Busqué el diagrama para ponerlo aquí, pero parece que no lo tienen en la versión online, qué pena. Online tampoco salen los anuncios. Después de quince minutos A. volvió a entrar, eesta vez preguntando '¿lo leíti?' Estoy en esas- le dije. Estoy en esas.

8.6.06

actos criminales


Ese viernes salí de casa con mis últimos diez dólares. Como había cambiado de trabajo recientemente, todavía no tenía un patrón regular de cobro y andaba súper pelá. La metrocard del mes se me había acabado y compraba mis viajes en tren uno a uno. En la mañana había gastado dos dólares para llegar a Chinatown. A eso de las once compré un café para calentar motores. Luego fui con una compañera a un mercadillo japonés que nos quedaba cerca y almorzamos sushi. Me importó poco gastar casi todo lo que me quedaba. Una no debe ser estinche en la carencia; además era viernes. Más todavía, el saber popular me garantizaba que dios aprieta pero no ahoga, que al mal tiempo buena cara y que barriga llena corazón contento. Ya me las resolvería a la hora de volver a Brooklyn.

Cuando salí de trabajar me quedaba solamente un dólar en el wallet. Rebusqué en todos los bolsillos del abrigo y la cartera, pero sólo logré juntar 59 centavos más. Necesitaba 41 chavitos adicionales para encaramarme en la plataforma del subway de regreso a casa. Caminé diez bloques buscando la manera de conseguir las monedas que me faltaban. Ni modo, iba a tener que pedirle dinero a algún desconocido. Practicaba mi pitch mientras reunía valor para acercarme a alguien. ¿Sería mejor pedirle a un hombre o a una mujer? ¿A un muchacho negro con un durag o a una vieja blanca y emperifollada? ¿O mejor le pedía al chinito que vendía vegetales justo alfrente de la parada? Miraba al suelo de vez en cuando, quizás tenía buena suerte y me encontraba un par de vellones tirados junto a alguna alcantarilla.

Sin embargo, un bloque antes de llegar al tren sucedió algo increíble. Pura leche. Es verdad que la fortuna obra por senderos misteriosos. Justo cuando pasaba frente al banco, la pantalla del cajero automático leía, en llamativas mayúsculas color blanco sobre un
iluminado fondo azul, 'do you want to make another transaction?' No podía ser cierto. Era una oportunidad demasiado tentadora. Mi reacción fue inmediata. Miré a todos lados, me paré frente a la máquina y apreté el botón de 'yes'. Retiré 50 dólares y la máquina volvió a preguntar la misma cosa 'do you want to make another transaction?' Pensé 'que se joda' y saqué más dinero. Dos veces. De pronto, tenía de sobra para ir a casa, comprar yerba, e invitar a cenar a mi jevo, mi primo, mi vecina y mi roomate. Tal vez hasta para pagarnos un paseo al Six Flags de New Jersey durante el fin de semana.

Cuando la máquina me devolvió la tarjeta noté que tenía un símbolo de libras esterlinas y un nombre de mujer en inglés. Asumí que la dueña tenía que ser alguna turista británica. Pobrecita. Echaría maldiciones cuando notara que había perdido su plástico. Rompí la tarjeta en ocho pedacitos y los tiré a los rieles. Había cometido un acto criminal y no había manera de que me pasara nada.

culpas

De una u otra forma, todos los involucrados tenían algún tipo de relación con R. Por eso ella insistía en que todo había sido culpa suya. Sentía que había arrastrado a su novio, a su hermano y a su amiga hasta la cárcel gracias a su terquedad. Si se hubiera quedado callada, si hubiera sabido tratar con la policía, si no hubieran ido a aquel bar, se reprochaba.

Ahora su amiga tenía problemas judiciales por haber querido defenderla. A. había perdido la cabeza mientras el oficial la jamaqueaba contra la pared. Su hermano había viajado desde California para celebrar su graduación con ella y había terminado con la nariz quebrada a manos de un policía. Todo por su culpa. I was so naive before, decía. En un fin de semana había perdido diez libras de ingenuidad y aún así, lo que sentía en el cuerpo era un peso indefinible, una carga amarga y difícil de llevar. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Habían sido, de verdad, víctimas de brutalidad policial, grave y descarada? ¿Podían acaso serlo abiertamente, bajo un poste de una avenida transitada?

1.6.06

moscas

Dentro de la celda habían dos teléfonos de monedas que sólo aceptaban pesetas (25¢). Llamar era un privilegio al que no todas las presas tenían acceso. Algunas no tenían nada de dinero y otras no tenían cambio. Pero lo peor no era eso. Como pasa usualmente, las riquezas estaban repartidas al garete.
La doña parecía una loca. Se vestía raro, apestaba, miraba mal a todo el mundo, apenas parpadeaba y tenía los bolsillos llenos de pesetas. Era más vieja que la mayoría de las mujeres que pasaban la noche en el calabozo y tenía en el pelo una morusa incontrolable. Lo más seguro era paranoica. Miraba para todos lados, no hablaba con nadie y hacía sonidos inapropiados. Las presas habían descubierto su punto débil y habían decidido entretenerse molestándola. Además, con un poco de suerte lograrían robarle un par de monedas para el teléfono.

Estaba rodeada. Cuatro mujeres se habían colocado alrededor de ella y jugaban el juego de las esquinas. Doña, déme una peseta. Do you got coins? Doña, my phone call is more important than yours. Le pegaban la cara y hacían muecas, halaban la parte de atrás de su falda, le susurraban cosas. Crazy crazy crazy ladyyyyyyyyyyyyyyy. Se acercaban y se despegaban de la doña como moscas alrededor de un pedazo de carne podrida. Cambiaban el timbre, proyectaban la voz desde lugares diferentes de la celda para volverla más loca todavía. Les divertía. Si no lograban que se le cayera una peseta del bolsillo, por lo menos habrían pasado el rato de buen ánimo. A R., la verdad, le asustaba bastante el espectáculo. Ese humor de circo le desagradaba. Le daba miedo. Creía que podía fácilmente convertirse en el objeto de entretenimiento de las presas cuando se cansaran de la vieja.

La doña gritaba. El jueguito de las cuatro mujeres la sacaba de quicio. Sacudía las manos, se volteaba impulsivamente, gritaba más. Pidió auxilio al guardia de turno, quien aprovechó el momento para arrastrar la macana contra los barrotes de la celda como gesto de intimidación. Las presas fingían una apacibilidad encomiable.

“Who’s fucking with this lady?”, preguntó con voz autoritaria.

“Nadie”, respondió la mujer que había liderado el juego minutos antes, con su mejor sonrisa sarcástica. “La doña se lo ha inventado todo. ¿No ve que esta vieja está loca?”, le dijo con la seguridad de quien sabe decir mentiras. Buscó la aprobación del resto de las mujeres, que apenas disimularon una risita cómplice. R. se encogió en su banco.

El custodio regresó a su escritorio, estratégicamente localizado frente al televisor del piso. No quería perderse ni un minuto del reality de turno. Total, casi casi no era problema suyo, pensaba. La cárcel era como una selva; sobrevive el más fuerte y todo es una contienda. La vieja tenía las de perder. Quién la mandaba a ser tan loca y a hacer tanto ruido. Quién la mandaba a tener tantas pesetas.

women's ward

La celda de mujeres de Central Booking había sido lo más impresionante. Por lo menos había luz. Una de las paredes tenía bloques decorativos en la parte alta, de esos que dejan pasar un poco de sol y parecen de agua. Llegaron por la mañana, a eso de las nueve. El calabozo estaba llenísimo y la mayoría de las mujeres que estaban allí daban la impresión de estar acostumbradas al sistema. R. podía jurar que habían pasado la noche más de una vez. Hacían chistes y chismeaban tranquilamente. No es que tuvieran alternativa. No se podían ir.

La gente encerrada se comporta de maneras insólitas. La humanidad se transforma poco a poco; los instintos, en ocasiones bestiales, se manifiestan voluntariosamente, muchas veces aplastando con violencia cualquier pretensión racional. A R. ésto le intimidaba un poco. Después de todo, ella nunca había tenido un problema ni remotamente parecido a éste. Ni siquiera un ticket de parking ni una multa por exceso de velocidad. Siempre se rodeaba de personas parecidas a ella: clósets vintage, jabones de algas y hierbas naturales, óleos amarillos y abuelas católicas que sabían cocinar. Por eso le impresionaba tanto la fauna de la celda. No hubiera interactuado con esas nuevas compañeras de ninguna otra manera. En todo caso, sólo logró identificarse un poco con aquella otra muchacha blanquita a quien habían detenido por conducir en estado de embriaguez.

innocent until proven guilty

Last time I had seen R. she was freaking out. She looked like she had just been out of prision. Well, actually, she had. I took the opportunity to talk with her again at the kitchen table, while we waited for A. to get out of the shower. There were pots and pans everywhere --resting in the sink, piled up in the cabinet, hanging from the wall. R. was holding a glass of water in one hand and I was sipping through my morning coffee. I decided to stop talking about trivial bullshit and go straight to the point. I really wanted to get her version of the story.

-You don't mind my asking, right?

She kept saying "it was, basically, all my fault" and I kept insisting "It was not". A. had previously warned me about her sensitive emotional state after they had been bailed out. Innocent until proven guilty was her current legal status. Innocent until proven guilty of assaulting a police officer and resisting arrest. They had let her, A., and the other girl out without bail, but not her brother. Their parents had come to the rescue, paying twenty-five hundred dollars to get him out. They were now trying to live normally until their court day.
I had already finished my coffee but still I sat there willingly. I kept asking questions to feed my creative process.

- I'm sorry I'm making you go back to this whole thing... - I apologized.

-If it's for artistic purposes then it's okay. - she replied.


26.5.06

las tumbas

De lo que A. se acordaba mejor era de los sonidos. La verdad es que había tenido poca oportunidad para recrear una memoria visual confiable de los hechos. Muy temprano en el desarrollo del conflicto, el bouncer del bar lo había enceguecido con un chorro de gas pimienta. Con la vista jodida, fue poco lo que pudo hacer para evitar algo terrible. Oía a R. discutiendo con los policías, oía los gritos, los gemidos, escuchaba golpes y macanasos, oía las reacciones de los testigos que se habían arremolinado alrededor de la turba, los insultos que les propinaban los uniformados. Oyó clarito cuando el policía volvió a abrir la puerta de la patrulla en donde lo habían sentado para rociarle un poco más de pepper spray. Lagrimaba. Luego resonaba en sus tímpanos el sonido metaloso que tiene la atmósfera entrada la noche. Escupió el interior del carro. Intentó que sus babas y gargajos le salieran de la boca con puntería de arquero, quería escupir los asientos delanteros, el manubrio, la palanca del freno de emergencia, el mango de la transmisión automática. Le daba asco estar en esa situación, con las manos amarradas literalmente. No podía, siquiera, comenzar a diseñar el mapa de salida. Estaba en un lío tremendo. No entendía bien cómo había llegado allí y mucho menos cómo rayos iba a resolver. Después el cuartel y un dolor de cabeza insoportable. El tiempo pasaba tan lento. La noche, que no quería acabarse.

Entonces fue que lo llevaron a las tumbas. Así le oía decir a los demás presos cuando hablaban del hoyo donde los tenían metidos. Las tumbas se llamaban los calabozos de Central Booking, las oficinas centrales de la corte criminal del condado de New York. Ya lo habían llevado de celda en celda, de carro en carro, cada vez a lugares más recónditos. Las tumbas podía fácilmente ser el fin del mundo. No habían ventanas, sólo unos focos de una luz rala, amarilla, con olor a sobaco. Pero todavía no era la cárcel. Los guardias no le habían cedido su derecho a hacer una llamada. No se sabía los números de teléfono de nadie. No sabía a quién llamar. No sabía cómo empezar a entender, mucho menos a explicar lo que pasaba. Lo único que podía hacer era pensar y pensar y volverse loco. No le iban a dar la llamada de todas formas. Maelo le cantaba entre las cejas y detrás de las orejas. Todo era tan irónico, tan ridículamente vulgar, tan literal, tan bochornoso.

Quería vomitar de puro gusto, era lo más apropiado en esas circunstancias. No pudo. Tenía un boquete en la boca del estómago, una amargura, la garganta toda bilis. Pero hasta ahí: ni vómito, ni sueño, ni ganas de mear, ni nada. R. lo miraba desde adentro, contra la pared de la celda contigua, casi reprochándole, arrollada por la corriente en espiral del agua sucia de la ducha cuando se bañaban juntos. El desagüe. Allá lejos un río. Por ratos le divertía escuchar las conversaciones que sostenían los otros presos para entretenerse. Recibía con sorna el cubículo sobrepoblado de hombres encerrados. Iba a tener que faltar a la tienda, iba a perder días en el trabajo. No tenía ni un lápiz. Le dolía la vista pero no podía pegar los ojos. El tiempo, las horas y sus minutos, todo, habían dejado de existir.

23.5.06

cuatro días


De momento nos resultaba inconcebible que en cuatro días tuviéramos tanto por contarnos. Qué fin de semana. A. había, incluso, pasado por el hospital, con un ataque de asma, escoltado por un oficial de NYPD, la misma noche que yo le saqué 200 dólares a una turista británica. Su novia y una amiga habían perdido el sueño en la cárcel, por primera vez. Tenían manchas moradas en el cuerpo y las muñecas golpeadas por la fricción del metal de las esposas. Yo, por el contrario, estaba ilesa. Tal vez sentí un poco de malestar en el estómago el domingo, patas arriba, en una de las montañas rusas del parque de diversiones en donde mi jevo, mi primo y yo gastamos inescrupulosamente todo el dinerito extra que me agencié esos días.

21.5.06

you have the right to have someone notified of your arrest (not to make a phone call yourself)

Nosotros no nos preocupamos para nada cuando A. no se apareció por tres días. Desde que su jeva se había mudado a la casa nueva no se les veía en el apartamento. A. llevaba semanas reorganizando su cuarto poco a poco porque tenía que cerrar el estudio de la escuela después de la graduación. Tenía un reguero y montoncitos de trabajos recostados sobre cada una de las paredes. Había pensado construir un mueble, trepar la cama en zancos, aprovechar el espacio y la luz del cuarto lo mejor que le saliera. Iba a pasar el verano entero pintando, por fin. Las noches que A. no venía el silencio de la casa era solo nuestro. Pero sonó el teléfono.

-¿Tú has visto a A.?- le reconocí la voz.
-No, lleva días sin venir.
-¿Tú sabes por qué, verdad?

E. hablaba en serio. Estaba sobrio y concentrado. Se preocupaba de que yo tuviera menos noticias que él.

-Él siempre se queda en casa de R. - le dije.
-They're both in jail.
-¿Qué?- Le pregunté diez cosas y no pudo contestarme ni una sola.

E. tampoco tenía idea de qué carajo había pasado con ellos.

sabotaje

por eso mismo / nunca acabo un cuento
sigue sabotéandome esta voz lírica / se rebela contra usar sus energías / rebuscando tanto / entre posibles verbos y posibles tiempos / que construyan / una narrativa consistente / una concatenación de verbos activos y pasivos / que concuerde /una trama que circule / que se suceda / que llegue al mar / y el mar / esa metáfora / que a la larga / nunca es metáfora de nada / más que de sí mismo / sabotéandome aquel verso / que nunca quiso / hablar del mar / en primer lugar

17.5.06

police brutality basics

Cuando A. se apareció por fin en casa llegó con R. Le temblaban las manos, las llaves campaneaban estruendosamente mientras subían las escaleras. Supe que llegaban por el sonido nervioso del llavero. Hablamos brevemente de pie, en el pasillo estrecho del apartamento. Me enseñaron los chichones. Estaban llenos de hematomas. R. me miraba fijo a los ojos, pero daba la impresión de que aún no regresaba de la celda, que se había quedado atrapada dentro del puño cerrado del oficial golpeándole la cara. Casi parecía que su retorno a tierra firme era una expectativa lejana e irreal. Las piernas le dolían. Tenía, igual que A., sendos moretones horizontales en los muslos, memorabilia del macanaso que la tiró al piso justo antes de que le pusieran las esposas. Ella no quería hablar de eso, decía, pero contestaba mis preguntas específicas sin resistir. Abría los ojos cada vez más grandes, mientras se paseaba entre los recovecos de su memoria, ahora invadida totalmente por los flashbacks brutales de los acontecimientos del fin de semana.

16.5.06

tercera persona

no sabía por qué andaba tan triste esa mañana. bueno, la verdad verdad, sí sabía. había presenciado el suicidio literal de una historia que le resultaba cercana y querida. no había nada que pudiera hacer para evitarlo. y tampoco quería, en cierto modo. no era problma suyo. sólo le quedaba sentirse así de cursi, más ridícula que la canción esa del bobo que se enamoraba del maniquí. esperaba el tren con paciencia, tratando de seguir su vida como si no pasara nada, porque en verdad verdad, no pasaba nada (eso lo tenía bien entendido). esperaba que el tren llegara a tiempo. esperaba llegar sin novedades al trabajo y a la casa, donde había para ella un mundo que era mucho menos que prosaico. una vida diaria normal, acompañada, una vida feliz, puede decirse. diez a seis, la cena, la película nocturna, el sofá de la sala, la lectura ocasional de un libro bueno, un poema esporádico, una bandada de aves migratorias, la yerbita de todos los días, alguna llamada telefónica, me voy donde una amiga, la soledad de los audífonos, el ritmo del temblor de los vagones, más nada. esa mañana había amanecido así, con un nudito en la garganta y un desgano que venía de cualquier parte y cualquier cosa. después fue que empezó a llover.

15.5.06

réquiem para un personaje de ficción

esto es peor que esa desolada sensación de abandono que le queda a una cuando se acaban las páginas de un libro largo que nos ha gustado mucho y nos ha acompañado en noches y viajes y ocios y compromisos aplazados. más triste aún que llegar al final del libro que estábamos leyendo en uno de esos momentos de la vida que acaban siendo como un codo, con cambios de dirección rectos y agudos, aunque nunca precisamente obtusos. voy a extrañarte. ya no podré visitarte compulsivamente, a horas inapropiadas. o entrar por las ventanas cuando estés dormido. o quedarme atrapada en la tela de araña que protege del polvo las esquinas de tu casa. ya no puedo. desapareciste del internet.

14.5.06

puentes










para Xavier, por la conversación
aquella de los ríos

una cruza puentes porque sí
sin creer estar andando sobre agua
sobre cuencas abarrotadas de cadáveres
sobre corrientes que no saben
que son también un verso de un poema
una cruza puentes al garete
sin conciencia de estar yéndose a otro lado
sin saber que las aguas comunican las orillas
más de lo que las separan
una cruza puentes como si cruzara cualquier cosa
sin pensar que no se está, realmente, en tierra firme
sin considerar el hecho
de que se pende de un alambre
a la merced de algún fenómeno atmosférico
a un paso, apenas, de la caída libre
una cruza puentes a lo loco
casi en contra de las fuerzas que sostienen al planeta
esa plataforma que detiene
el curso inescapable de la gravedad
sin pensar siquiera en que allá abajo
hay un mundo subacuático que no nos pertenece
con secretos que no irán a parar a tumba alguna
con destinos que nunca serán parte del registro de los mapas
con historias que no sabe nadie
porque nadie regresa a salvo de la muerte
una cruza puentes, tan livianamente

una cruza puentes a diario y no significa nada

12.5.06

simplezas

mi urgencia por escribir precede cualquier conciencia literaria. casi casi precede la lectura y la escritura. no hay ficción ni pretensiones eruditas. es sólo una madeja de palabras, significados y sonidos, una necesidad imperiosa de regresar al origen del pensamiento. y por eso mismo, una elección consciente de estructuras linguísticas metaprimitivas, volver a algún momento del pasado en el que supe construir columnas de poesía sin saber qué era la poesía, la sintaxis, la fonética, el grafito, mucho menos la mancha de la tinta, la posición de los dedos sosteniendo un lápiz... esa poesía.