14.4.11

3 poemas de Ricardo León Peña Villa

Memorias

A estas horas
mi cielo es diciembre y luces
una pistola de chocolate
un cohete Apollo II
que sostiene bolitas de icopor
como hombres en la luna.

A estas horas
trepida mi corazón
y la pólvora rompe el silencio
que no hay en navidad.

A estas horas
soy un niño agradecido
del padre muriente,
de las historias de amor
y de la vida.


Testamento

Cuando muera
quien pague la cremación
se llevará mi tesoro.
Una caja de cartón
atestada de papeles
que la historia manchó de amarillo
color tiempo.

Han de ser mezcladas las cenizas
con la tierra desnuda.

Si las flores llegan,
habré sido lo que muestren.
En caso de maleza
no habrá nada que decir.


Mi niño autista

Escupo sobre las colillas del cenicero
para asquearme
y por ende ahondar la angustia
del sucio de hoy
que empieza el otoño
y su calvario.

El susto
la suerte
la muerte
mi telúrica piel
mi corazón trepidante
revienta lento.

En una de estas me voy
con la exfanfarria puesta en mí
ebrio de poesía
o muerto de risa.

de treintaitrés (New York: Bitácora de vuelo, 1996)

11.4.11

6/2009


esta foto la tomamos en la entrada del metro Revolución en el DF en junio del 2009. yo tengo la muela hinchada y Ricardo está a punto de regresar a Nueva York, después de sus diez días mexicanos. ayer la descubrí pegada en la nevera de su casa, al lado de otra foto de Nicolás sacando la lengualarga. ha sido hermoso y difícil y necesario venir a caminar otra vez estas calles a reencontrarme con él, estar con Natalia, Luis, Nicolás y Diego (nosotros que somos sus hijos voluntarios, sus amigos), conocer por fin a Tata y abrazarnos, ir a una fiesta de cumpleaños en casa de José Osorio, caminar en Central Park y convocar a sus espíritus traviesos, no poder evitar la lágrima loca hablando con la luminosa Nanda, leer sus poemas bajo otra luz. me encantan las escrituras de la ñ en la pared de Umbrella, me encanta que aun así tus ocurrencias me arrancan carcajadas. Poeta, te amo infinitamente y soy super afortunada de haber sido tu amiga. nos dejaste una familia insólita. ¡qué bonito eres!

(parece que la quinta foto de la serie fue una premonición.)

30.3.11

la noche

la noche llega y hasta la noche es esquiva.
renuncié a los oráculos y me siento sola.
no quiero estar en la calle.
sigo sumando aviones a mi horario.
esta escritura para quién por qué hasta cuándo.
esta escritura con dolor de espalda.
ahora, sólo con ella puedo dialogar.
un altar feliz para ricardo león.
tecnología nueva.
unos vídeos de xavier leyendo sus poemas.
mi remota desconexión.
canastas, latas y cajas de madera.
papeles estampados que sirven para algo.
entró un insecto a mi cuarto
y vuela.

13.3.11

bandido sin retirar



hemos jurado que los días grises han de tener alegría también
- Ricardo León Peña Villa


¡Qué lindo eres, Poeta!
¡siempre seré militante
de tu revolución amorosa!

12.3.11

flores robadas para el poeta de umbrella house


A la memoria de Ricardo León Peña Villa, el poeta okupa del Lower East Side.

[8 de abril de 1960 - 11 de marzo 2011]

Recuerdo: La primera vez fue en Vieques en el 2002: te fumaste solo todo lo que llevábamos de contrabando a la isla y aún así me maravilló tu brillo, tu salsa, tu cumbia, tu ritmo, tu flow, tu bufanda anaranjada, tu sombrero blanco. Allí también estaban Pedro Pietri y Ángel Pont. Yo era estudiante universitaria y nuestro enemigo común era la marina de guerra de los Estados Unidos. El mundo empezaba a ser color poesía.

Recuerdo: La segunda vez fue en 2003; me acababa de mudar a Nueva York y te encontré de casualidad en la calle, a media cuadra de tu casa voladora. Poeta, vente a mi casa, me dijiste, y me abriste la puerta al salón de los espejos. Fuiste lo más importante de mis años de Nueva York. Contigo, desde tu casa, aprendí a leer poesía en voz alta, aprendí mi voz. Después me llevaste de la mano a conocer a tus amigos en Medellín y gracias a ti publiqué mi primer libro (ese libro infantil lleno de pelos que ahora me da pudor). Las mejores fiestas, los mejores amantes de esos días infieles, las nevadas más largas, las carencias más secas, el arroz más infinito, el tango más peludo, las complicidades más secretas, las noches más amargas, las risas más honestas, mi casa favorita. Tu casa era nuestra casa, nuestra de tanta gente. Me atrevo a decir que fuiste el padre de los poetas y artistas que migraron a Nueva York en los dosmiles, de los poetas y artistas hispanohablantes que llegábamos perdidos a esa casa -21-23, Avenue C, New York, New York, Umbrella House- la casa amarilla del poeta okupa de quien se hablaba tanto en tantas partes. El poeta underground, infinito y generoso. A veces te enojabas de que fuéramos tantos y nos sintiéramos tan bien y no pudiéramos irnos. Pero sé que te encantaba ser el rey de casa, rey anfitrión, tomando coca-cola y whisky como un loco, mirando a los más jóvenes desaparecer desnudos en la madrugada, de dos en dos, de tres en tres, de más en más, a la azotea del edificio liberado. Ricardo como un recuerdo, solías decir, Peña como una piedra, coqueteando hasta con las sombras de las escobas. A veces tú también tenías suerte. Esos días la fiesta duraba más. Todo lo que recuerdo de ti está cubierto de magia y libertad.

Recuerdo: Yo acostumbraba robar flores de la tienda china de la esquina para llevarte de regalo. No había nada que pudiera comprar que valiera lo mismo que tu alegría. Te traje flores robadas, te decía, luego ponías a Nina Simone, me pedías que fuera a la cocina por un florero, que pusiera las flores en agua, que las llevara a tu altar y que le prendiera una vela a la foto de tu madre. Estabas lleno de fe. Esa fe mágica a la que sólo tienen acceso los poetas. De ti también aprendí la fe.

Recuerdo: Largas tardes de verano escribiendo artículos y corrigiendo pruebas para nuestra hermosa revista de cultura latina de Nueva York, Casa Tomada. Periodismo cultural salir a la calle a hablar con la gente más loca de la ciudad. Por esas fechas vi a un señor suicidarse tirándose a las vías del subway en Brooklyn por la mañana y por la tarde fui a tu casa, pasmada de la impresión, a contártelo todo. Me encantaba ir a tu casa por las tardes, saliendo del trabajo. Allí podía olvidar que yo también era esclava voluntaria del sistema, del engranaje del capitalismo. Como esa vez que los francotiradores del FBI mataron a Filiberto Ojeda en Hormigueros, y nos pesaba tanto, que me peleé con mis otros amigos porque no sabía o no tenía nada que decir ante la terrible noticia. Estar cerca de ti me daba fuerza, tu forma de existir en el mundo era el vivo ejemplo de que se podía ser de otra manera, aún en la ciudad más cara del hemisferio, y que por más necesidad que se viviera, no había necesidad de tirarse a las vías del tren.

Recuerdo: Ese verano comimos hongos mágicos y nos fuimos en taxi a bailar a Central Park como dos mariposas embrutecidas. Recuerdo haber visto el fin del mundo en ese viaje, el fin del mundo y un montón de niños enfangados. (Siempre veo el fin del mundo cuando salgo de viaje). Me perdí durante horas en el parque, pero después pasó una comparsa, había una feria y apareciste tú muerto de risa, flotando.

Recuerdo: En tu casa (o gracias a ti) conocí a muchas de las mujeres que más me han impactado: Tanya Torres, Elisa Montesinos, Natalia Aristizábal, Karina Claudio Betancourt, Nanda Arias, Marielkis Lledias. Siempre estuviste rodeado de creatividad y belleza, eras la suerte en carne viva.

Recuerdo: Encuentro de Poetas en Nueva York, años consecutivos. Por esos días andábamos inventándonos la rueda nuevamente, salimos en los diarios, hicimos fiestas que duraban una semana, escribimos poemas colectivos, hicimos a mucha gente viajar grandes distancias, conocimos a un poeta palestino a quien le publiqué unos poemas en un periódico del que luego me echaron, porque los dueños eran judíos. Tu verbo generaba movimiento. Todos, de alguna manera, queríamos ser un poco como tú. Un montón de jovencitos artistas sin documentos en la ciudad de Nueva York, poetas full time en after hours, lavando platos o sirviendo mesas, con tal de vivir esa ciudad como se debe, en las cuatro calles del Lower East Side o las largas avenidas plurilingües de Queens, la Masalegre, mis veintitantos.

Recuerdo: Contigo aprendí que los edificios y los barrios también tienen su vida y su historia y van cambiando y se mueven de lugar y van a la guerra y ganan y pierden y se rompen y vuelven a crecer y cambian de valor y mueren o sobreviven. Oírte hablar era como caer en un encantamiento. No he conocido a nadie con tanta labia como tú. El cuento de los edificios ocupas del Lower East Side/Loisaida sigue siendo fascinante y conmovedor y no debe perderse en las borraduras oficiales de la historia de la ciudad. Aunque ahora, en los dosmiles, esté desapareciendo poco a poco, igual que desaparecieron de tu barrio los puertorriqueños de los setentas y los adictos a crack y heroína de los ochentas, entre los bares y cafés de moda y los estudiantes blancos de New York University que ahora también invaden los mismos edificios que te hicieron héroe de barrio en los noventas.

Recuerdo: Tu estado de ánimo era completamente estacional. Te marchitabas en invierno y te peleabas con todo el mundo. A mí me gustaba visitarte, aunque estuvieras de mal humor. Luego empezaban a florear los arbolitos escuálidos de la cuadra y se te enderezaba la espalda, llamabas a Gajaka por teléfono, tocabas la puerta de José Osorio -tu hermano cómplice, pintor de mujeres degolladas- para provocar una fiesta. Después salías a la calle a comer sopa de pollo donde Adela y a saludar a los perros del housing project de la calle 3 y al mural conmemorativo de la muerte poética de Pedro Pietri, quien había sido tu amigo. Íbamos a conciertos, salíamos a vender tus libros en las calles de Queens, a hablar con la gente, a comer empanadas, nos emborrachábamos los miércoles en La Tertulia y volvíamos a las casas a altas horas de la noche, en los tenebrosos trenes locales que alimentan los barrios de los inmigrantes latinos. El número de tu casa era 3-D. Quisiera hacerte un mural conmemorativo como una película en tercera dimensión, con gafas especiales para mirarte los ojos vivos.

Recuerdo: Me gustaban las historias de tus vidas pasadas. Las tías de Cereté, tus tiempos de ladrón de calle, la oscuridad de las adicciones superadas, el bazuco colombiano, la isla de San Andrés, La Perla y el Viejo San Juan, las mujeres chinas que de pronto se asomaban en tus cuentos. Ni siquiera me importaba que en tu casa no hubiera calefacción en invierno o que el agua del fregadero siempre estuviera fría, con tal de escucharte contar historias otra vez. Eras como un gato y siempre caías en cuatro patas a pesar de la magnitud del accidente. Tal vez por eso te creí inmortal.

Recuerdo: La primera vez que me despedí de ti lo estaba abandonando todo: la puta ciudad, el novio bueno, el trabajo estable. Era diciembre del 2006. Me regalaste una semilla de mirto, el árbol de los poetas, decías, y me dijiste adiós con la mano desde el tercer piso del edificio. Yo bajaba las escaleras mareada. Lo que más iba a extrañar de la ciudad eras tú sentado en esa silla, fumando malboros, maldiciendo al invierno dentro de tus huesos, tosiendo como un loco. Esa tos era una sombra que te apretaba el pecho; se te estaba yendo la vida en esa tos.

Recuerdo: En el 2008 volví a Nueva York por unos meses. Fue un verano increíble con conciertos alucinantes, proyectos creativos, reencuentros hermosos, playa, jazz y mucho sexo. Tanya me había prestado su estudio-palomar para vivir durante un mes, compré una bicicleta, iba a nadar a la piscina de Central Park. Tú te habías hecho ciudadano y empezabas a gozar de los humillantes privilegios del welfare “americano” entre oficinas médicas y HMOs. Lo bueno es que la benefit card garantizaba harta comida en la nevera. Pasé varios días ayudándote a limpiar el polvo de tu casa. Era un tesoro de piratas. Objetos maravillosos por todas partes, fotografías, autógrafos, cartas, manuscritos, obras de arte amontonadas detrás de los armarios. Tu casa debería ser museo, pensé. Esa fue la segunda vez que me despedí de ti de la misma forma, bajando las escaleras con un enorme nudo en la garganta, diciéndole adiós con la mano al poster del Ché que recibía a la visita pegado en la parte de afuera de la puerta de tu casa. Hasta la victoria siempre, hasta la poesía siempre, hasta la próxima fiesta. Entonces creí que no te volvería a ver.

Recuerdo: Un año después me visitaste en el DF. La noche que llegaste, creo que era julio, se estaba yendo de mi vida para siempre el amante de la temporada. Yo lo somaticé con un terrible dolor de muelas. Elegí un dentista de mala muerte para sacarme el juicio de raíz. Fuiste conmigo -otra vez de la mano- y te sentaste en la sala de espera como un padre solidario. Fue una extracción dolorosísima. Después se me infectó la herida y nunca me recuperé completamente. Pero tú, que no salías de tu casa ni visitabas a nadie, habías salido de viaje. Eras el huésped más especial que abordó la nave 13, fue un gran honor tenerte en casa. Traías la intención de encontrar a alguien que conociera al hijo de Pachita, la curandera maestra de Alejandro Jodorowski, para someterte a una operación desesperada y mágica. Los doctores ineptos y clasistas de Nueva York te tenían harto. Estabas, por fin, enamorado; por las noches, desde mi computadora, le cantabas a Tata canciones de amor hasta Colombia. Esa fue la tercera vez que me despedí de ti, el último abrazo de carne y hueso que pudimos darnos. (El hijo de Pachita no apareció).

Recuerdo: Después hablamos en el chat un par de veces. Me advertiste que te quedaba poco, que la estabas viendo venir. Yo te creía inmortal, mi padre verdadero. Los poetas como tú no mueren nunca. Ahora está a punto de empezar la primavera y sólo puedo pensar en canciones que hablan del otoño, como esa de las hojas muertas cantada en inglés por Edith Piaf, que escuché por primera vez en tu casa, esa casa sin lluvia de tantas primeras veces: And I’ll miss you most of all, my darling, when autum leaves start to fall...


8.3.11

¡trabajadora, digna y rebelde!

día internacional de la mujer trabajadora
stencil callejero / san cristóbal de las casas, chiapas / 2011

2.3.11

tesoros encontrados

XXIX

Ella metió la noche
en una botella

la lanzó al mar

sabe que estoy
al otro lado
en la orilla

sabe que la botella
llegará a mí
que le daré
oscuridad nueva

que tengo una luna
en otra botella

de Yo caja Yo soledad mundo Yo teatro ectoplásmico
Guatemala, 1996, Edición de autor
Simón Pedroza
(1972) Escritor, editor y artesano. Ha promovido proyectos culturales en la ciudad de Guatemala, como la casa taller Caza Bizarra, las muestras de poesía Kadejo, Barrilete e Industrial, es coordinador de Folio 114, servicios, apoyo y soporte alternativo en la producción literaria emergente, con sede en el Centro Cultural Metropolitano. Es el editor de Ediciones Mundo Bizarro.

8.12.10

ATARRAYA en el MACPR

Atarraya Cartonera es un proyecto editorial alternativo que, desde Puerto Rico, se añade a una larga tradición latinoamericana de editoriales cartoneras que hacen frente a los entramados intereses del mercado editorial actual y a la lógica neoliberal que controla los mecanismos de producción, distribución y venta de mercancías culturales. Más allá de producir libros de calidad a bajo costo y hacerlos circular mediante vías alternativas, las cartoneras utilizan como materia prima los desechos del consumo capitalista.

El taller vivo de Atarraya Cartonera acerca y hace partícipe al público de los procesos de producción artesanal de libros, a la vez que se difunden, desde el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico (MAC), tanto la lógica editorial y política del movimiento cartonero latinoamericano, como las propuestas poéticas individuales publicadas en cada una de las tres colecciones de la editorial.

Además, el taller busca transformar las relaciones entre el público y el libro a través de una experiencia directa que, en el mejor de los casos, provoca pensamiento crítico y problematiza las relaciones del mercado que identifican al libro como una mercancía resultado de una producción industrial despersonalizada, o que, por el contrario, transforman al libro en un objeto que a través de la reinvención artística del proceso de producción recupera su valor artísitico singular.

Los libros se confeccionan con cartón, fotocopias, grapas o hilos, acrílico y aerosol. En el contexto del espacio del Museo, el público entra al taller de Atarraya Cartonera con la posibilidad de sumarse a la producción artística del libro en sus distintas fases; desde el corte del cartón, la encuadernación, hasta la pintura de las portadas, convirtiéndose ellos también en co-creadores del producto cutural que les interesa consumir.

Nicole Cecilia Delgado
Xavier Valcárcel
Editores

18.11.10

inevitable

qué será de nosotros cuando se derritan los glaciares
y se inunde el aire de metano
y desaparezcan las islas
y se reescriba el litoral

el cambio climático es cierto
la decadencia general es cierta
el desamor es feroz y destructivo

vamos a quedarnos sin abejas
quién vendrá a polinizar nuestros jardines

temo la deshidratación de la fe
la inutilidad de la acción
la inevitabilidad del fin del mundo

las grandes ciudades me deprimen

14.11.10

cumpleaños

una de las tradiciones de mi antigua vida nuyorkina era llevar a mis amigos a celebrar su (no) cumpleaños al Milon, el restaurant hindu de 1st Av y 5th St en el east village. cada vez que dices que es tu cumpleaños (no piden verificación, parece que a ellos también les gusta), los meseros apagan la luz y cantan, y además regalan helado de mango.

las luces rojas colgando del techo son parte de la decoración habitual del lugar.

me gustaba ir al Milon por varias razones: 1) la sopa de lentejas es riquísima, 2) los precios son de cualquier otra ciudad menos de nueva york y 3) te dejan llevar tu(s) botella(s) de vino para acompañar la cena. además, el ritual de la entrada es un performance exquisito. dos meseros, uno del Milon y otro del restaurant de al lado, también hindu, con luces rojas colgando excesivas desde el techo y simulacros de fiestas de cumpleaños, exactamente igual al Milon de mi preferencia, se pelean en las escaleras de entrada (que ambos restaurantes comparten, como tal vez comparten la cocina en la parte de atrás del edificio) para convencer a los clientes de entrar en uno u otro establecimiento.

sólo una vez entré al restaurante del lado derecho de las escaleras, pero no me gustó tanto. luego siempre volví al Milon.

fui allí con mucha gente. la primera vez me llevó urayoán noel en el 2003. luego regresé con mara pastor, con elisa montesinos y acompañantes itinerantes en repetidas ocasiones, con patricia iranzo, con ilia correa, con josé luis sanz y sus amigos valencianos, con vanessa de mayagüez. con otra gente.

hoy, domingo después de mi gran fiesta de cumpleaños #30, me gustaría ir al Milon con mis amigos a seguir cantando el "crazy indian happy birthday":


1.11.10

altar de muertos

a mi abuela le gustaban las sopas de letras, los ostiones de boquerón, el café, el turrón, hacer bizcochos en el microondas, sentarse en el sillón, oír a luis miguel, leer novelas, mirar por microscopios, hablar por teléfono, visitar a sus hermanas, recibir cartas. (era contemplativa.)

a mi abuelo le gustaba frank sinatra, el big band, el béisbol, el arroz blanco, la comida china, el café, tomar notas en libretas pequeñitas, leer libros de farmacología, el vino dulce, las uvas verdes, ir al supermercado, cuidar a la familia.

(I've lived a life that's full -
I've travelled each and every highway.
And more, much more than this,
I did it my way...)