HOMENAJE AL OMBLIGO / 1966
Anjelamaría Dávila
José María Lima
yo sé que hay importancias colgando de los libros
y verdades agudas cabalgando en papeles,
pero la mariposa rugiendo en las veredas
es más ancha --y un beso puede más--
que cualquier diccionario.
una piedra tiene más sonrisas, a veces,
que todos los anuncios en las cafeterías.
si los ríos florecen
y si estalla la nube y deja de ser blanda
no es porque lo dijeran los que atan realidades
poco a poco con símbolos precisos
para formar escalas.
abajo siempre queda el temblor de la hoja
y el silencio preñado corriendo por los túneles;
abajo quedan siempre levantando montañas
los hijos de la noche, diminutos y tiernos
comenzando la huella que termina en papel.
(…)
para mi nombre quiero
sepultureros grises y tajantes.
es más:
no quiero nombre,
que me lo lleve el mar lavándolo
en mi arena,
que me lo arrastre el mar,
y que yo sienta
que estoy allí intacta,
la sin nombre.
que estoy allí, con vibración del golpe
de la ola.
con mi sabor de sal,
con mi sabor de espuma,
temblaste con sabor de verde mar.
a solas con mi piel y con mis valles,
con mis ojos adentro con mis cuencas,
con mis playas ardientes,
recorrida en bandadas de murmullos:
desnombrada.
(…)
"y después, mirar todo
y sentir que sujeto entre mis manos
canciones de universo,
que no merecen labio
ni garganta, ni nada,
merecen ser cantadas sólo por mi universo".
así pensé una tarde
cuando el sol
se caía en grumos de crepúsculo
en mis ojos
(y los ojos me ardían).
pensé sembrar canciones intensadas,
canciones de alegría, de ternura,
torturantes, con fuerza de huracán:
sembrar un fuego hermoso, espeluznante…
y cosechar las ruinas.
vivir en un momento
la ternura infinita de mil días.
¡y después, mirar todo!
y sentir que sujeto entre mis manos
canciones de universo,
y cosechar las ruinas.
(…)
también en los ombligos acechan muertes
porque la muerte se aproxima en todas direcciones
con su carga inexorable de término.
en cada ojo hay un final durmiendo
y si a veces parece
que algún labio oscurece la tumba,
díaganle al peregrino que se engaña;
que también hay espejismos,
que la nube revienta,
también en los ombligos hay espinas.
los abismos se escurren inadvertidos
hasta llegar de pronto
con su carga de tiempo envilecido
y nos golpea de súbito la cara
y repite las risas una a una
en sus paredes secas de caricias.
¡cuidado caminante!
ni tu mismo semblante
te acompaña cuando te sigue el dolor
empecinado en busca de tu tuétano.
ni siquiera tus huesos serán tuyos.
te quitarán los ojos cuando llegues,
y si acaso pensabas en tu garganta
es bueno que medites
--aún hay tiempo--
se escapará, será de otros
y quedarás en silencio sobre arena,
pero arena perdida y sin espuma.
se reparten tu pelo en las esquinas,
tú lo sabes, y sin embargo, crees
que puedes alcanzar la orilla opuesta
con la única ayuda de tu caja
de ruidos especiales.
(…)
estoy unido a la extensión del cielo
como por un cordón umbilical,
y si me asustan digo lo que importa
y escupo hacia abajo, nada más,
porque no quiero ayes que se gasten,
quiero un ay que madure y vuelva a ser.
del péndulo no quiero sino el ruido,
del cículo la interminable redondez,
de los peces su frío,
del engaño encontrármelo otra vez
y quitarle la cáscara,
desmontarle las piezas de su nombre
y romperle su hueco, maldecirlo
y que todos se le rían en la cara
cuando ya no le queden lentejuelas.
del dolor quiero su único dolor,
el verdadero,
el que no tiene dueño ni inventor.
quiero al hombre por su pulgar,
sin pólvora en el otro corazón.
quiero dulces, espejos,
trigo abierto,
sin ventanas cerradas, ni letras
ni estampillas postales.
con destino, sin dirección del remitente.
quiero la piedra sin honda,
la pólvora sin plomo,
la sonrisa sin muros,
y de la muerte quiero
lo que tiene de paz.
que no perturbe nadie los rugidos,
que no pongan sus uñas en la luna
los que compran y venden realidades;
que los que tienen bolsillos en la sangre
se mueran
y no asusten a los niños
con sus precios;
que todo vuelva a ser
y que se gasten todas las monedas
porque el metal está cansado de retratos.
¿por qué tiene la duda
que ser mia o tuya o del otro
y siempre en una sola dirección
aullando?
¿por qué parir tinieblas
para dejarlas luego a la intemperie?
¿por qué esas quemaduras en la piel de los niños?
¿por qué las alcancías?
muérase el capataz, quede el obrero;
los médicos que aprendan a sanar
y si alguien quiere
orinar sobre su sombra
que lo haga.
que cada cual haga
con su nariz lo que quiera
porque es suya,
pero que nadie beba
la sangre de los otros.
que si alguien quiere tener
las nalgas grandes
que las tenga,
pero que no le robe al vecino
su mejilla,
ni arrebate los pies al caminante.
quiero, en fin, para mis ojos
luz o sombra
según me diga el corazón la fecha,
y para mis oídos
silencios o estridencias
según dicte la uña,
conforme lo desee la piel
a ciertas horas.
(…)
crepusculando adioses.
la luna desde adentro siempresola y fecunda,
fuerte como la pena
cierta como el futuro recordado y punzante
desde el primer dolor de ojo colgado,
desde el olfato duro casi sospecha
y casi no tan casi
de que hasta el agua misma se rompe.
crepusculando así: suspensa y largamente
adioses condensados
en un gran labio triste sin beso de universo.
¿desde qué tiempo ínfimo?
¿desde qué hora tan fieramente extensa?
¿en qué pico de gallo remoto y primitivo
se predicó el dictamen continuado de la luz inconclusa?
crepusculando esperas --silenciadas--
en el casi vivir, casi no vida
que acompasa al silencio.
casi destino
este, de vivir incompleto
tan cercano a los poros como la misma lluvia,
roncamente girando por el hueso más solo
sumergido en la luz casi penumbra.
fieramente extendidos, casi casi.
Anjelamaría Dávila y José María Lima
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