abuelo. es un poco triste escribirte algo que no puedes oír o leer, pero anoche, de casualidad o no, antes de dormir leí los últimos capítulos de El Principito, y cuando mami me llamó esta mañana para avisarme de tu muerte recordé a la serpiente y eso me reconfortó un poco. Pensé en el Principito diciéndole al aviador que no fuese a verlo parecer que sufre, pensé en el Principito regalándole al aviador un cielo con estrellas que saben reír. Entonces supe que era mejor recordarte lejos de tu cama, o que si me diese con recordar tu cama fuera solo para pensarte en la siesta sagrada de las dos, con todas las ventanas cerradas. Hice un inventario de los objetos que te mantendrán vivo en la memoria, porque los objetos también definen a las personas cuando ya no están.
En algún momento te creí invencible, abuelo. Hecho del mismo metal de la grapadora de tu escritorio. Amarrado a la vida con un nudo de hilo de pescar como el cepillo con que peinabas tus cabellos (con el mismo recorte que llevabas desde que te conozco). Pero ahora sé que hasta las ceibas mueren y que eso también es parte de la vida. Que nos preparaste para tu ausencia a tu manera. Y aquí estamos, rodeados de objetos y rituales que repiten tu voz, tu identidad como un eco: las montañas de revistas médicas en cada esquina de la casa, las uvas verdes en las góndolas de los supermercados, el sonido del teclado metálico de una maquinilla, la brocha de enjabonarte la barba, bolitas de algodón embadurnadas en alcoholado, una cajita japonesa que trajiste de la guerra, una caja fuerte con todos nuestros documentos importantes, camisillas blancas, guayaberas, la máquina de cortar grama los domingos, el alternador de un carro, el arroz chino, la taza de leche descremada con media cucharadita de café instantáneo cada mañana, un banco de madera hecho por ti. Tantos objetos que seguirán repitiéndote en la vida cotidiana aunque tu cuerpo, como el del Principito, se haya ido al planeta de procedencia.
Yo no soy religiosa, abuelo. No creo que quiera serlo nunca. Mi espiritualidad radica en otras cosas más mínimas, más de todos los días. Pero tal vez sea lo mismo decir que me alivia haber leído nuevamente el capítulo final del Principito la víspera de tu partida, que lo esencial es invisible a los ojos, que aunque no pueda ver más tu cuerpo (guiando el carro vino, el carro azul, leyendo sobre mi dolencia más reciente o peinándote las canas) te quedas en todas estas cosas que acompañan mi pensar en ti.
El Principito, Capítulo XXVI: http://www.microtop.com.ar/lepetitprince/capitulo26.html
1 comentario:
Pienso que hace unos días mi abuela murió, y no me dejó muchos objetos (tan sólo la capucha azul que hoy cargo) pero si me otorgó tantos recuerdos, que casi recuerdo sus recuerdos y sueño sus sueños... camino con sus enseñanzas y con sus experiencias. Me ilumina y reconforta su partida.
Me gustó mucho tu texto. Gracias
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