25.8.05

reflexiones de vagón de tren

primer personaje
Américo Martínez tiene setenta y cuatro años y un montón de cicatrices. Sobrevivió cáncer de la piel y de la próstata y siete balazos a los veintiuno, cuando fue soldado en la guerra de Korea. “La guerra es una atrocidad”, recuerda, mientras escucha lo que le dice el supervisor por el walkie talkie y ayuda a una señora a aprender a usar la tarjetita para entrar a la estación de la Plaza de Río Piedras del Tren Urbano. “Tú sabes que la historia ha dado grandes asesinos”, me cuenta Américo mientras habla de Hitler, “pero el mayor se llama Yorch Dobliu Bush”.
Américo no tendría que estar trabajando. Es pensionado del ejército, vivió 27 años en Nueva York y viajó el mundo entero sirviendo chicken or pasta en los pasillos de los aviones de una línea comercial. Cualquiera pensaría que se merece un buen descanso, estar por fin en la casa haciendo nada, levantarse a cualquier hora, esas cosas de la vagancia que uno añora en los peores días del trabajo. Pero su doctor le dijo que saliera de su casa para distraerse si no quería enfermarse de vejez. Por eso trabaja con la seguridad del Tren Urbano y quien lo ve no dudaría en decir que Américo está como coco. Hoy estaba molesto, con razón, porque hay quien quiere cogerlo de mangó bajito. La de la boletería pretendía que saliera a comprarle café. “Yo le dije que eso no era parte de mis responsabilidades y ella se enojó conmigo. Cuando llamó al supervisor a darle la queja él le dijo ‘Señora, déjeme decirle que Martínez tiene razón’”. “Yo he aprendido mucho en este trabajo”, me sigue contando Américo. “La gente te ve con un uniforme de guardia de seguridad y te desestima, pero tal vez ese guardia sepa más que tú, sea más inteligente que tú”.
Y eso no es todo. Américo, también toca el piano, escribe poemas y compone canciones. Esta tarde, durante los doce minutos que esperé en lo que llegaba el tren en dirección a Bayamón escuché un poco su historia y al final me regaló un poema a Puerto Rico y a Rafael Hernández.

otra cosa
El tren en Puerto Rico sería otra cosa. Hoy subí por primera vez. Aunque hice un recorrido corto (de Cupey a la Plaza de Río Piedras) tuve una muestra que me dejó contenta, con la esperanza de que este invento de primer mundo que aquí parece estar un poco fuera de lugar, funcione a nuestro favor. Las máquinas son las mismas vending machines del Subway nuyorkino pero las paradas son colosales, con un despilfarro de escaleras eléctricas de cientos de escalones. No quiero imaginar cuando se vaya la luz o empiecen a dañarse. Hay policías en cada esquina; mi cámara fotográfica capturó algunos que se metieron en el medio del encuadre involuntariamente. Sin embargo, hay algo en este monorriel primitivo que lo hace pintoresco, prometedor, lleno de buena energía.
La gente habla duro en los vagones, se miran la cara, toman fotos (yo incluida). Hoy me resultó curioso que un muchacho de momento dijo más duro que de costumbre… “¿Alguien aquí tiene un bolígrafo que me preste?”. Inmediatamente, el muchacho tenía lápices y plumas para escoger.

vagón de amor
Me imagino a Yamilet contándole a su amiga Sharon:

Nena, acabo de conocer a un jevo en el tren. Estaba sentao al frente mío. Yo trataba de mirar por las ventanas, tú sabes, pa disimulal. Que si los arbolitos del parque Luis Muñoz Marín, que si el tapón de la Piñero que me estaba ahorrando. Pero con to y con eso me fijaba con el rabito del ojo, tú sabes, que Pedro, por cierto el jevo se llama Pedro, pues que Pedro no dejaba de mirarme así, eslembao. La verdá es que el chamaco estaba súper lindo y yo, bien fresca, vine y escribí mi número en el ticket de los zapatos q acababa de comprar en payless y justo antes de bajarme en la parada de Las Lomas pa venir pa acá, pues se lo di. Loca, no hice más que treparme en las escaleras eléctricas y ya me estaba llamando al celular. Que si mami cómo te llamas. Que si yo te vi tan linda pero no me atrevía a decirte na. Que si esto que si lo otro, tú sabes. La cosa es que quedamos en encontrarnos el viernes en Plaza para ir el cine. Lo malo es que uno no puede ir a Plaza en tren.

encuentros
Es que como lo vi hoy, me di cuenta de que la parsimonia y la cháchara que nos caracterizan podrían convertir al tren urbano en un sitio de encuentros en lugar de la imagen fría, llena de prisa e intimidante de sus contrapartes extranjeras. Aquí todo el mundo se habla, que si cuál es el tren para ir a no sé dónde, que si tú sabes en cual es que me tengo que bajar, que si mírate ese pájaro, aquel edificio, que si alguien me presta un bolígrafo.
También me pareció una oportunidad para revalorar nuestros espacios… San Juan desde esa plataforma parece otro lugar, lleno de árboles hermosos pero también lleno de gasolineras y de escombros. Yo hoy no tenía rumbo fijo, mi destino era solamente la novedad del tren. Pero quise bajarme en la plaza de Río Piedras y fue como estar de viaje, como llegar a un lugar por primera vez. El alivio de no tener que fijarme en la dirección del tránsito o que pelear con alguien por un estacionamiento, me permitió observar mi entorno. Noté los balcones de los edificios viejos, los locales que han remodelado sus fachadas para recibir al tren; noté las señoras con sombrillas de colores pasando frente a los doncitos que vigilan el paso del tiempo jugando dominó y bebiendo ron en el murito de la plaza que queda al frente de la catedral.
Quise imaginarme puestos de placeros vendiendo vianda, teatreros, mimos, músicos, poetas interviniendo los espacios inmensos y colosales de las paradas. ¡Esto puede tener tanta vida!

usar el tren
Hoy estoy contenta porque tengo una amiga que lleva una semana completa yendo al trabajo en Tren Urbano. Como la guagua de su esposo lleva días dañada en un taller, ella aprovechó la oportunidad. Le dio las llaves de su carro que gasta mucho menos y ahora él le da pon hasta la parada para ir al trabajo. Lo que antes era una hora y media de tapón por las mañanas para llegar de Bayamón a Santurce se ha reducido a un viajecito tranquilo de quince minutos.
Hay que usar el tren, no comprar más gasolina y darle a la ciudad una vida nueva, con gente que se mira, que se brega bien, que se conversa. El tren puede ayudarnos a recuperar la buena voluntad que la individualidad de los carros y la violencia del tapón nos han hecho olvidar demasiado rápido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Nicole, linda reflexión.
Pasando de lo más artístico a la información objetiva, te dejo mi aportación sobre el Tren Urbano