4.10.05

recuerdos de La Habana

para Maria Silvia, en contestación a su cha cha cha
...de momento dejé de estar aquí para caminar por las calles desgastadas de la habana, con el sol imposible del medio día regalándole a los colores destellos deslumbrantes. Recordé, más específicamente, un sábado particular que me invitaron a una "fiesta puertorriqueña" en el apartamento de un profesor de teatro que había enseñado un año en Puerto Rico y le había prestado su cocina al grupito de boricuas que estudiaban artes en el ISA y en San Antonio de los Baños para que hicieran una fiestecita. El apartamento era en un piso alto de una residencia de estudiantes y tenía una ventana que daba al malecón. Desde allí vi el atardecer. Me pasé como dos horas pegada a la ventana embobada con los rayitos anaranjados amarillos y violeta que iban a terminar al mar, mezcándose con el agua y la espuma de las olas. Después de eso comimos pescado, ensalada fresca, arroz blanco y plátano verde. Recuedo que me senté en la mesa con un amigo del dueño de la casa a escoger el arroz. Él era escritor inédito y compartió con nosotros un fragmento de su novela Cartas a Pamela. Hablaba de los nombres de las calles de La Habana. El narrador decía que prefería los palabras a los números para nombrar las calles, que era más rico vivir en una calle con nombre de flor que en la 24. Creo que esta tarde fue que decidí cortarme el pelo. Esas semanas me habían cambiado tanto que tenían que dejarme alguna marca visible en el espejo. Al día siguiente le dije a una negra que hacía trenzas en una esquina al frente de la catedral que lo que yo quería era que me lo cortara, que le regalaba el pelo que ya me llegaba a la cintura para hacer una peluca. Me seducía la idea de que alguna mujer caminase por la Habana con mi pelo en la cabeza. Y es que era un gasto innecesario, tanto champú, tanto acondicionador. Tanto tiempo invertido con una peinilla en mano. Yo no necesitaba ya esa vanidad.

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