nunca había visto un muerto fuera de su caja. mucho menos a un suicida. su cuerpo yacía allí, caliente todavía a pesar de los veinticinco grados de temperatura, recientemente bienvenido por la muerte. yo lo vi de lado, pero no pude identificar si lo que veía era su espalda o su barriga. lo que debía ser su cabeza estaba tapado por una de las esquinas del vagón. creo que le colgaba una pierna del riel, porque abajo habían cerrado la calle y había una conmoción grande de personas angustiadas y confundidas. yo llegué a la escena del suicidio de pura leche, salí de mi casa en mal momento. justo cuando pasaba mi metrocard por la máquina del giratorio que me daría acceso al tren, una mujer negra bajó las escaleras corriendo, sudada, temblando. le gritaba al hombre de la cabina “You need to call the police! A man just jumped in front of the train!”. el hombre no se daba por enterado. reaccionó con una apacibilidad que me sorprendía. quise convencerme de que la que había escuchado mal a la señora era yo. subí las escaleras rápido, me invadía una curiosidad morbosa que nunca antes había experimentado. yo esperaba que la escena fuera más sangrienta, digna de una portada del vocero. de primera intención no vi nada del otro mundo. el tren que viajaba en la dirección opuesta a mi destino estaba detenido en la parada, las puertas cerradas con toda la gente adentro. una viejita boricua que obviamente no hablaba ni pío de inglés me chismoseaba “tú ves. los tienen ahí encerrados hasta que llegue la policía porque unos muchachos estaban desordenando- yompin on de trein”. yo la miré incrédula, y seguí caminando en dirección a la otra esquina. durante un momento breve tuve la vaga esperanza de que mi tren iba a llegar y podría olvidarme de todo tan fácilmente como si lo hubiera visto por televisión. me moví de lado a lado de la estación buscando al muerto en los recovecos equivocados, hasta que vi al conductor caminando por el riel, mirando debajo de cada vagón. en el otro extremo, unos muchachos señalaban y decían “it’s right here”. quienes esperábamos el otro tren nos fuimos arremolinando cerca de los muchachos que señalaban. efectivamente, allí estaba el cuerpo, debajo del segundo vagón del M en dirección a Queens, parada de Knickerbocker Ave. como a los cinco minutos empezaron a llegar policías y bomberos. los policías blancos interrogaban a la gente de la comunidad de bushwick “did you see something?”. los bomberos, new york’s bravest armados con burdos instrumentos –picos y palas, pesados y metálicos- nos decían que teníamos que irnos, que el tren estaba cerrado en ambas direcciones. yo bajé lo más rápido que pude, tenía que llegar a la universidad a enseñar una clase dentro de diez minutos. la vía principal estaba cerrada por patrullas y ambulancias, así que caminé bastante antes de llegar a una esquina con el tráfico libre para poder abordar un taxi. no sé describir bien qué sentí. hacía más frío que ayer esta mañana y eso, de por sí, me desubica. tenía algo en la voz, una obstrucción amarga que me impedía articular mis sentimientos. el tipo no era nada mío. no sé cómo era ni qué edad tenía. puede ser cualquiera de mis vecinos. “a man”, había dicho la señora. “a man just jumped in front of the train”. yo tuve un día más o menos normal de trabajo después de eso con la excepción de que, en medio del desconcierto olvidé mi teléfono en el taxi y no he logrado recuperarlo. en la tarde ya el tren M hacía su ruta regular, pasando cada nueve minutos por encima de la misma coordenada sobre la cual había muerto un hombre atropellado apenas algunas horas antes. monté el tren homicida para regresar a casa. cuando bajé en la parada quise esperar un poco, en lo que pasaba el tren.
sobre el charco de sangre habían tirado un montón de arena. eso, y un par de cintas rojas amarradas a los postes de la entrada de la estación, eran los únicos rastros que quedaban del accidente.
sobre el charco de sangre habían tirado un montón de arena. eso, y un par de cintas rojas amarradas a los postes de la entrada de la estación, eran los únicos rastros que quedaban del accidente.
2 comentarios:
Ouch! Brava la narración del suicidio en la-que-ya-casi-es-mi-estación del tren. Lo que me sorprende es saber lo morbosos que todos somos. Auch!
brrrrrrrrr! leía que escribir crónicas enriquece la posibilidad de ficcionar, pensaba que ficcionar la no ficción no quiere decir falserarla, sino rastrear en su lógica interna cualquier elemento narrativo, buscar las pistas y exponarlas como por descuido para que el lector nos ayude a resolver el crimen
feliz tormenta!
ah, y una cosa banal: tienes que enseñarme a poner fotografía en estos mensajes
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