De momento nos resultaba inconcebible que en cuatro días tuviéramos tanto por contarnos. Qué fin de semana. A. había, incluso, pasado por el hospital, con un ataque de asma, escoltado por un oficial de NYPD, la misma noche que yo le saqué 200 dólares a una turista británica. Su novia y una amiga habían perdido el sueño en la cárcel, por primera vez. Tenían manchas moradas en el cuerpo y las muñecas golpeadas por la fricción del metal de las esposas. Yo, por el contrario, estaba ilesa. Tal vez sentí un poco de malestar en el estómago el domingo, patas arriba, en una de las montañas rusas del parque de diversiones en donde mi jevo, mi primo y yo gastamos inescrupulosamente todo el dinerito extra que me agencié esos días.
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