Cuando A. se apareció por fin en casa llegó con R. Le temblaban las manos, las llaves campaneaban estruendosamente mientras subían las escaleras. Supe que llegaban por el sonido nervioso del llavero. Hablamos brevemente de pie, en el pasillo estrecho del apartamento. Me enseñaron los chichones. Estaban llenos de hematomas. R. me miraba fijo a los ojos, pero daba la impresión de que aún no regresaba de la celda, que se había quedado atrapada dentro del puño cerrado del oficial golpeándole la cara. Casi parecía que su retorno a tierra firme era una expectativa lejana e irreal. Las piernas le dolían. Tenía, igual que A., sendos moretones horizontales en los muslos, memorabilia del macanaso que la tiró al piso justo antes de que le pusieran las esposas. Ella no quería hablar de eso, decía, pero contestaba mis preguntas específicas sin resistir. Abría los ojos cada vez más grandes, mientras se paseaba entre los recovecos de su memoria, ahora invadida totalmente por los flashbacks brutales de los acontecimientos del fin de semana.
3 comentarios:
sentí tu post - independientemente que sea verídico o no- la honestidad de la denuncia contra la violencia en cualquiera de sus matices, elemental y básico
Fuck tha police!!!
wow..se me erizo la piel de solo pensar que algo asi suceda en un pais que se llama "civilizado"...
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