Desde hace unos años acostumbro aprovechar el contexto de la fiesta de la Candelaria para hacer una quema de poesía. Esta quema obligatoria del dos de febrero es un pretexto para organizar y trabajar mis manuscritos del año y desechar/destruir los residuos de una escritura demasiado íntima, rabiosa, a veces vergonzosa, que se acumula en los diarios que constantemente escribo.
Los pedacitos de papel garabateado que hay en el interior de esta caja de cerillos son trozos recortados de las libretas que una vez fueron mis diarios (2003-2008). Son los fragmentos que se salvaron del fuego, tal vez sólo temporalmente. Adentro de la caja hay un cerillo atado con una cuerda roja, listo para iniciar el último incendio:
Los pedacitos de papel garabateado que hay en el interior de esta caja de cerillos son trozos recortados de las libretas que una vez fueron mis diarios (2003-2008). Son los fragmentos que se salvaron del fuego, tal vez sólo temporalmente. Adentro de la caja hay un cerillo atado con una cuerda roja, listo para iniciar el último incendio:
el incendio que hace desaparecer hasta el recuerdo.
3 comentarios:
gracias por enseñarnos a quemar el recuerdo y por todas las cosas que detonaste en mi poesía, a pesar de los pesares, te sigo queriendo y admirando, poeta.
me gusta mucho el incendiario...me gusta quemar cosas y que broten otras...me gusta la sabiduria del fuego.
ARTISTA
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