El año pasado empezó en El Salvador, estuve en la Feria del Libro de La Habana, regresé a El Salvador, crucé Guatemala para ir a México, vacié mi casa en San Cristóbal de las Casas, estuve en Xalapa, acampé cerca de Papantla para ir a un concierto de Björk cerca del Tajín, pasé unas semanas en el DF, mi ciudad favorita, todo esto antes de abril, regresé a vivir a Puerto Rico, fui a trabajar a California dos veces, viajé a Santo Domingo con Xavier Valcárcel y Cindy Jiménez y leímos poesía junto al legendario Homero Pumarol, di decenas de talleres de escritura, teoría literaria, y edición de libros a niños, maestros y jóvenes, tuve muchos trabajos, estuve en el Festival de la Palabra, conocí Berlín (mi segunda ciudad favorita) gracias a la poesía, leí en la Latinale junto a poetas que respeto mucho con traducción al alemán, conocí Ösnabruck, pasé mi cumpleaños en Amsterdam con el pastel de chocolate más rico del mundo y luego visité a Tila y Tom en Oxford, viví el amor intensamente, fui a una boda en la Florida en diciembre y volví a creer en la magia de la Navidad gracias a la tradición de las promesas de Reyes Magos.
Este año ni viajes, ni poesía, ni amor, ni trabajo, ni nada. Con razón estoy tan deprimida.