Para reescribir a La Maga tengo que ser terca, necia, y sobretodo, honesta en el gesto de mirarme a mí misma. No porque yo quiera ser La Maga, si no más bien, porque tengo la certeza de que no lo soy. Tampoco Mara es la Maga cuando le escribe un poema a David y él no sabe, o no puede, o cree ciegamente que lo sabe todo sobre el corazón y la psiquis de Mara, tampoco ella es La Maga aunque las vocales de sus nombres son las mismas. Este será un libro disperso, porque hablará desde todas las coordenadas dérmicas desde las que podría nacer la voz de una mujer. Perdonen mi desbande de estos días, a veces la virtud no tiene que ver con la consecuencia, que tampoco tiene que ver con la acción de ser consecuente, aunque la raíz de ambas palabras sea la misma. Esta será, inevitablemente, una historia de parecidos y desencantos, de borradores, de manuscritos. Seguro el secreto lo tiene Edith Aron, la chica alemana que fue novia de Cortázar, a quien vio por primera vez en el trasatlántico que los llevó a París, en quien Julio se inspiró para escribir al personaje. Pero ella también insiste en que La Maga no es ella, aunque Cortázar tomó episodios de su relación para escribirla. Yo no quiero escribir sobre Edith. Quiero escribir sobre La Maga, sobre las fisuras que alejan a la mujer posible de la mujer que se imaginan las cabecitas locas de los hombres, flor o pajarito. Y sin embargo, escribir sobre La Maga de Cortázar (literalmente sobre ella, por encima, borrándola un poquito para reinventarla) es escribir inevitablemente de Cortázar, y escribir de Cortázar, lo sé y me arriesgo, es esnob y pretencioso. Sin embargo, escribiré de Cortázar sin conocerle demasiado, como hubiera dicho él que hubiera hecho La Maga que se imaginó, lanzándome al mar del personaje desde la intuición, desde mi relación emocional con ella, desde el vacío y la náusea ineludible que me provoca siempre esa lectura. Seré irresponsable, mala madre, loca, inconsciente, irrazonable, azarosa, libertina. Voy a reescribir a La Maga sin saber casi nada de Cortázar, sin investigarle a él mucho más allá de la superficie de las páginas de mi copia robada de Rayuela. Soy una loca, releer ese libro es ya una autoflagelación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario