Notas sobre el fin del mundo es un libro que se destruye a sí mismo. Ya en el Bestiario del perro, libro publicado en el 2009, René Morales había preparado el terreno para la destrucción de éste, su poemario más reciente: “es aburridísimo preocuparse por el tiempo, no puede haber oficio más mierda”, escribe en su poema NO TENGO PRISA ANTE LA ÚLTIMA LLUVIA. Pero el tiempo apremia y la preocupación por el mismo es una característica inevitable de nuestra realidad.
Frente a los ruidosos discursos acerca de las profecías del 2012, el poeta chiapaneco se ve urgido a bosquejar sus propias profecías. Sin embargo, conscientes de que -haciendo eco de uno de los versos del autor- “toda predicción acerca del fin del mundo habrá fallado o se habrá quedado a kilómetros de la realidad”, los poemas de este libro pueden leerse como una serie o juego de antiprofecías en las que lo único que desaparece de la faz de la tierra es la humanidad. Luego el resto de los seres quedan suspendidos en un tiempo que no transcurre, porque ha desaparecido la única especie empeñada en llevar la cuenta.
Así mismo, con cierto afán ordenador, René divide su poemario en cinco partes o “tiempos”, llamados respectivamente: “un día antes del fin del mundo”, “un segundo después”, “pormenores apocalípticos de un viaje al centro de la tierra”, “textos sobre residuos orgánicos infecciosos” y “el triunfo de los justos”.
El lenguaje de la poesía de René Morales es, en principio, simple y cotidiano. En sus versos pastan las bestias, sale el sol (“espléndido”), se descompone la carne, los perros merodean las sobras. Su poesía es breve, directa, honesta, carente de pretensiones intelectuales. En los versos de Notas sobre el fin del mundo todo parece estar quieto, detenido en una imagen que salta a la vista cualquier día de la semana. Pero a partir de esa sospechosa quietud que se detiene en sus poemas, la cotidianidad se convierte ella misma en el augurio de la destrucción (que se repite). Y la calma se transforma en asco, en desesperanza y el lenguaje toma la voz de una putrefacción post-mortem, llena de moscas y de aves de carroña, ante la cual la única salida es el destierro.
Pero, si el libro se destruye a sí mismo, ¿qué sobrevive? El fin del mundo es un pretexto para que el autor despliegue su nihilismo y lleve a cabo, al menos metafóricamente, la “larga lista de asesinatos que [ha] deseado”, perdonándole la vida solamente a la hierba, a los pájaros, al “viento acariciando el pelaje de las yeguas”: una naturaleza que existe a pesar de las profecías porque desconoce el tiempo.
1 comentario:
linda nota...
quiero leerlo jee
lindo que escribes
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